martes, 20 de noviembre de 2018

QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE...



¿Te dije que te ibas a quedar más sola que la una? Sí, que te lo dije.
Y también te dije que cuando pasara eso, nadie estaría ahí para ti, ¿no? Bueno, por si se te olvidaba, ya estoy yo para recordártelo.
Lo mejor de todo es que me das lástima. De sobra sabías que con ese comportamiento tuyo no habría quien te aguantase.
Te soportó tu marido, que era un santo varón, a tu verá siempre, haciendo tu gusto y tu soberana voluntad. Ese sí que se merece una peana en un rinconcito de la iglesia, con un jarróncito de flores frescas y un cuadrito de madera, de esos con velas, de los que le echas la moneda y se enciende.
No osaba el pobre Mauricio llevarte nunca la contraria, al menos delante de la gente, claro está. Para mí, que temía represalias después, a solas contigo en casa. Así que se callaba, prudente, y te dejaba soltar barbaridades por esa bocaza tuya, mientras ponía cara de circunstancias.
¡Tan salao! Que mala suerte tuvo de dar contigo...
Ya se lo advirtió su anciana madre cuando se iba a casar (antes eran ancianas las madres a tan corta edad...)
- No te cases con ella Mauricio hijo mío. Que si de novia no te respeta, después va a ser peor. Porque tomará fuerzas, y con los nervios que tiene, no habrá quien la sujete.
- Que no madre... ¡Si ella me quiere!
Y tú lo sabías. Sabías que no eras bien recibida en su casa.
Has sido siempre una lianta. ¡Menuda trayectoria de vida!
Una pena, porque luego no eres nadie. Te subes a la parra como una gata rabiosa y al rato ya estás revolcándote en el lodo.
¿Qué hacemos contigo Remigia?
Quien no te conozca que te compre, que yo no te quiero ni regalada.
(María José E. M.)

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