lunes, 18 de marzo de 2019

EL VIAJERO DEL TIEMPO...



PRIMERA PARTE.

!Que alegría poder abrazar de nuevo a mi primo Fermín! 
Éramos inseparables de niños. Crecimos juntos en el pueblo, y pasábamos horas y horas en la casa de la abuela Lola. Él era un año mayor que yo, pero parecía lo contrario...

Mi primo tenía un sillón viejo y destartalado en el pajar de la abuela, al que había acoplado toda una serie de artilugios y un ordenador último modelo con todas las aplicaciones existentes instaladas. Era su cuartel general y no dejaba que nadie entrara allí a enredar con sus cosas. De vez en cuando, a mí me dejaba entrar y me contaba sus maravillosas ideas. Yo, lo miraba con los ojos fijos, como hipnotizado y mi mente volaba imaginando locuras.
Cierto día, mi madre me despertó temprano, para preguntarme si había visto a mi primo Fermín la tarde anterior.

- Sí madre, estuvimos jugando una partida de cartas después de comer en casa de la abuela y después yo me vine a estudiar.

- Pues no ha dormido en su casa esta noche. Tus tíos están muy preocupados y la abuela no para de llorar. Van a salir a buscarlo por los alrededores.

Algo me decía que aquel sillón del pajar tenía mucho que ver con aquella desaparición, pero no dije nada... Me vestí despacio, pensando con tranquilidad y fui a ver a mi abuela. La encontré llorando y me abrazó. Le di un beso y le sequé las lágrimas. Salí al patio y seguí bajando hasta el corral.

- ¡Fermín! ¿Estás ahí? ¡Fermín!

Nada. El gato respondió con un suave maullido y las gallinas siguieron cacareando despreocupadamente. Me acerqué a la puerta del pajar y pegué la oreja. Di dos golpecitos en la madera resquebrajada y volví a gritar:

- ¡Fermín si estás ahí sal ya o dime algo, que esto no tiene gracia, joder!

Forcé la vieja puerta y entré. Subí por la escalerilla de palo hasta la parte de arriba y no encontré ni rastro de mi primo, ni de su sillón, ni de ninguno de sus inventos. En su lugar, una nube de humo, marcas negruzcas en el suelo y un calor nada normal para esa época del año.

(Mariajosé)

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SEGUNDA PARTE.

Con el transcurso de los días, las cosas se iban poniendo cada vez más tensas en la familia, y también en el pueblo.
Yo, a pesar de haber encontrado en el pajar de la abuela Lola todos aquellos indicios, no podía decir nada. A ver... ¿qué iba a decir? ¿Que mi primo Fermín se había evaporado? ¿Que había hecho una máquina del tiempo y se había largado del pueblo?
No. Yo solo tenía trece años, pero ya sabía perfectamente como estaba la cosa, hasta el punto de que si decía algo así, me iban a tomar por loco, y no era plan.
Mientras seguíamos con la búsqueda, la guardia civil, la familia y todos los vecinos del pueblo y de pueblos vecinos, la gente se hacía sus propias películas. Escuché a alguien que insinuó que mi primo se había ido a Francia a buscar fortuna, que le habían visto en el cruce, con una mochila colgada haciendo autoestop. ¡Que tontos! Si Fermín no sabía francés.
En el comercio de la esquina no se hablaba de otra cosa. Un día dijeron que lo tenía secuestrado un forastero que había llegado al pueblo hacía un mes, y del que nadie sabía qué hacía, ni a qué se dedicaba. Dedujeron ellas solitas, mientras elegían el champú, y les pesaban el queso, que ese hombre era un traficante de órganos humanos, y que habría descuartizado a Fermín, para ir vendiendo, un día un riñón, otro día cuarto y mitad de intestino grueso, y así, hasta irse deshaciendo de él sin pena ni gloria.
Mi tío, en su desesperación, puso un cartel en la puerta del taller y echó el cierre indefinido. El hombre ya no sabía a quién recurrir y mi tía Matilde se metió en cama aquejada de ansiedad aguda. Desde aquel día, ya nada fue lo mismo en Tresencinas del Monte, mi pueblo, al que acudían reporteros de todas las televisiones del país.
Yo..., en mi inocente adolescencia, sólo podía ver, oír y callar, mientras rezaba por mi primo y lo echaba de menos cada día más. ¡Ay Fermín, la que has liao!


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TERCERA PARTE

Un año iba a cumplirse del desafortunado episodio en Tresencinas del Monte, de la desaparición de mi primo, Fermín Rodríguez Arroyos. A sus quince años recién cumplidos.

El día de su desaparición, vestía pantalón de chándal azul marino, con dos rayas blancas en cada pernera, zapatillas blancas marca Nike, y una sudadera con el escudo del Barça, su equipo de fútbol favorito.
Daba la casualidad que ese día nos habíamos estado haciendo fotos en el corral de la abuela Lola, y las tenía yo guardadas en mi teléfono móvil. Así que una de esas fotos fue la que empapeló paredes, muros y tapias en el pueblo y fuera de él. Los carteles se repartieron por toda la comarca, se compartieron en las redes sociales y aparecieron en todos los telediarios.

La vida no tuvo más remedio que continuar su curso sin Fermín, a pesar de que la tristeza se respiraba en cada rincón de Tresencinas.

Una noche, mientras dormía, escuché una voz que me llamaba:

- Venancio... ¡Despierta Venancio!

Me pareció la voz de Fermín llamándome, desde otra habitación contigua a la mía.
Me pesaban los párpados, pero así y todo como sonámbulo, me senté en el colchón con los pies en el suelo frío.

- Venancio, !que soy Fermín! Atiende pasmao. ¿Recuerdas el sillón que te enseñé en el pajar de la abuela? Pues lo he convertido en una máquina del tiempo. ¡Y funciona tío! No veas que pasada... Escúchame atentamente, y sobre todo, una cosa te digo, no se te ocurra irte de la lengua ni contarle nada a nadie. Esto es un secreto entre tú y yo.

Después de aquella audición exotérica, mi mente, aturdida, entró en parada y creo que volví a quedarme frito.
Al despertar por la mañana, no sabía si aquello que había oído era real o solo fue producto del sueño y de mis deseos de que realmente fuera así. Tan sólo me percaté que no fue sueño, ni pesadilla, al ver que la situación se repitió la noche siguiente...


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CUARTA PARTE

Aquello que parecía algo irreal, una mezcla entre sueño y pesadilla (sueñadilla le llamo yo), se convirtió en algo habitual. 
Fermín venía astralmente a visitarme cada vez que quería contarme algún suceso importante. Llegaba a mitad de la madrugada, como un susurro en mi oreja, un vientecillo templado que me despertaba. 

- ¡Venancioo!

Y yo ya, sabedor del acontecimiento, me sentaba en la orilla del colchón, encendía la lamparita de mi mesilla y me restregaba los ojos.

- ¿Qué pasó Fermín, qué hay de nuevo?

- Primo, ¿cómo va la cosa por Tresencinas? Os echo de menos, ¿sabes? Sobre todo el cocido de mi madre y el arroz con pollo de la abuela Lola.
Pero lo que estoy viendo y viviendo no tiene precio. Viajar en el tiempo y el espacio es una sensación increíble. Estoy haciendo progresos día por día.
El primer día que descubrí que podía conectar contigo a través del pensamiento, no fui capaz de aguantar la honda nada más que diez segundos. Era demasiada concentración, y ese día no había comido nada más que un bocata de calamares al mediodía.
Ten en cuenta que no tengo trabajo. Bueno, aprovecho y echó unas horitas donde me cae para ir tirando, lo justo para subsistir y cuando me canso, arranco para otro sitio y durante el trayecto, echo un sueñecito en mi sillón maravilloso.
Todavía no controlo bien primo, este programa solo va para adelante, no puedo volver hasta que no encuentre el modo de retroceso. Mientras tanto, seguiré avanzando.
Hoy he despertado en La India. Digo yo que será La India, por la indumentaria de mi amigo Hari.
¡La de amigos que estoy haciendo por el camino! Vamos, ¡que ni con el Facebook!
Dile a mi madre que la quiero mucho. Bueno..., mejor no le digas nada. Pero dale un beso cuando la veas ¿vale?
Esto se corta Venancio, me quedo sin batería.

Yo creo que él a mí no me oye...

- ¡Buen viaje primo! Aquí te espero.


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CONTINUARA!?...

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