lunes, 18 de marzo de 2019

EL BINOMIO DE RODARI...




Les dices a todas lo mismo... 
Sensual mirada, 
caída de ojos, 
dulces palabras para sus oídos. 
Llevas siempre un as en la manga. 
El de rombos. 
Uno en cada manga, 
porque lo tuyo es de dos rombos 
y con uno, te quedas a medias. 
Caballo de Troya donde escondes tus instintos, 
tu inquietante quietud. 
El rombo tatuado en el caballo, 
tallado en su frente. 
As de Troya. 
El caballo metido en el rombo, 
cuadrilátero desigual alargado, 
puntiagudo y enrojecido. 
Vueltas y vueltas alrededor de un eje inexistente de penumbra roja, 
de sangre y arena, 
de tumultuosa exigencia. 
Galope rumbiforme de crin al viento y larga cola. 
Cabriola rumbo al rombo y relincho de ases, 
asiendo las riendas, 
mientras tiras del bocado y pisas los estribos, 
para no perder los tuyos. 
No sabes querer y te encabritas, 
pero no eres Pegaso, 
y tus alas son rombos deformes y aplastados, 
que cayeron de entre la baraja de un mago, 
que no sabe de trucos 
y trueca realidad con fantasía.

DE DENTRO A FUERA...



Calados hasta los versos
nos besamos.

Entre las costuras del alma,
nos recorrimos.

Intercalando poemas entre palabras,
nos absorbimos.

Gota a gota nos bebimos
y nunca la sed saciamos.

Exprímeme, apríetame,
y dime lo que quiero oír de tu boca.

Hazme sentir con tus letras,
porque con ellas me tocas.

Dame tu consentimiento
para volverme loca.

Así, despierta o dormida,
con sentimiento.

Para sentirte,
como se siente la vida.

De dentro a fuera,
notando como cierran las heridas.

APRENDIENDO A VIVIR...



Me llamo Encarna. Nací en un pequeño pueblito de Valladolid y allí me crié, rodeada de mi familia y amigos. 
Me casé bien jovencita, deseosa de salir del hogar y conocer la vida como yo la soñaba. Mi hermana me lo dijo muchas veces; los sueños, sueños son. 

Ricardo no es que fuera el amor de mi vida, pero me pareció un hombre atento y cariñoso. Venía cada tarde a buscarme y paseábamos por el parque.
Lo conocí de casualidad. A él lo contrataron para sustituir al cartero del pueblo, que era ya mayor el hombre, y estaba enfermo. No se recuperó nunca de aquella enfermedad, que lo mantuvo en cama hasta que murió tres meses después, y Ricardo terminó quedándose con la plaza de la cartería. Cuando traía el correo a casa era yo la que le recibía casi siempre, y hablábamos un ratito en el zaguán. Me hacía reír con sus ocurrencias.
Cuando yo no estaba, preguntaba a mi madre o mi hermana por mí, siempre tan educado. A mi madre le gustaba para yerno, pero mi hermana decía que era un simplón y que no pegaba conmigo.

Ricardo era alto, un pelín destartalado, moreno y con un bigote ancho y espeso que le tapaba el labio superior. La primera vez que me besó fue en su oficina de correos. Fui temprano a poner un certificado, porque después cerraba y se iba a hacer el reparto, y a mí me corría prisa mandar el paquete. Ya hacía un año que nos conocíamos cuando pasó aquello.
Yo no había tenido novio antes, y a mis veinte años era una pavita, tímida e inexperta, de grades gafas y pelo siempre recogido en una coleta. Él era consciente de eso.
Aquella mañana, hablábamos mientras me pesaba el paquete para poner los sellos, en la parte interior de la oficina. Me dijo que no me había visto nunca sin las gafas, que si las tenía que llevar siempre, y una cosa llevó a la otra. Total, que lo dejé que me las quitara. Lo hizo con total suavidad, como en una caricia, que me erizó por completo el vello de los brazos, sintiéndome ruborizar. Por supuesto, él lo notó de inmediato y aprovechó para tocar mi pelo.

- Lo tienes precioso Encarni. ¿Me dejas que te lo suelte un momento? Anda mujer..., concédeme ese deseo, no te hagas de rogar.

Y como el que calla otorga, y yo callaba...
Tras soltar el coletero, siguió acariciando, con esas manos oliendo a perfume de hombre, mezclado con tinta y papel. Y su boca se acercó a mis labios temblorosos, y aquello se nos iba de las manos, si no hubiera sido por un carraspeo y unos golpecitos en la puerta.

- ¿Ricardo, ha salido ya el correo esta mañana?

- No. Está por llegar la camioneta todavía.

- Vaya, entonces vengo a tiempo.

Y salimos los dos como si hubiéramos matado a alguien allí dentro y lo hubiésemos descuartizado.

A partir de ahí, se entiende que ya éramos novios oficiales. Yo esa noche no pegué ojo, claro está. Recuerdo que me daba vergüenza contárselo a mi hermana, porque sabía que me echaría la bronca. Ella era mayor que yo tres años, y llevaba saliendo con Manolo desde los dieciocho. Tan resuelta siempre, tan espabilada, el ojito derecho de mi padre, que la ponía siempre de ejemplo de virtudes... Y así le puso en la pila bautismal, Virtudes.

Ricardo y yo no llevábamos ni cuatro meses de relación oficial cuando me llevé el sofocón de mi vida. A mí precisamente, me tenía que tocar pasar por aquella situación. Mi hermana liada con los preparativos para su boda, hecha un manojo de nervios. Mis padres, ahorrando para el convite y los trajes, y voy yo, así como quien no quiere la cosa y me presento con un bombo. ¡Que disgusto más grande en la casa!



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SEGUNDA PARTE

¿Pero como se puede ser tan cateta y tan tonta?, me decía mi hermana entre lágrimas de rabia y dolor. --Sí apenas os conocéis boba, como vas a atarte así de por vida a ese hombre.

Yo, agachaba la cabeza, avergonzada y pesarosa y solo alcanzaba a decir que nos queríamos.

--Tú eres tonta. Sabrás tú lo que es querer. Ese Ricardo lo que es un aprovechado. Se cree muy listillo y no tiene dos dedos de frente. ¡El disgusto que le has dado a papá y a mamá!

Ricardo fue el primero en enterarse. Sabía que yo estaba muy preocupada porque no me venía la regla y estaba nervioso. Me dijo que no me preocupara, que daría la cara ante mi familia y que nos casaríamos, que ni al niño ni a mi nos iba a faltar de nada.
Mi padre estaba en plan acérrimo, era de entender, mi hermana se iba a casar en primavera y estaban ahorrando para la boda. Ahora todo cambiaba sus planes.
Mi madre, trabajaba limpiando en la casa uno de los señoritos del pueblo y la pobre, hacía de un duro dos cada mes, a costa de sus dolores de espalda.
Mi padre era agricultor. Tenía unas parcelas de tierra arrendadas y una mula torda con la que las araba. Ni mucho ni poco teníamos, pero eramos felices, que por aquella época ya era mucho.
La boda de Virtudes se suspendió, claro está, y sus cosas, pasarían a ser para mí, a dolor de su corazón. Pero a Manolo, su novio, le salió un trabajo en Barcelona y se fue, en busca de un mejor futuro para los dos, con la promesa de que volvería en cuanto que reuniera lo suficiente para la boda y entonces los dos se irian allí.
Mientras, yo seguía engordando. Mi cintura se perdía en unas redondeces insospechadas, de la misma manera que Ricardo se perdía por las calles del pueblo con su cartera repleta de cartas.


CONTINUARÁ...?!

EL VIAJERO DEL TIEMPO...



PRIMERA PARTE.

!Que alegría poder abrazar de nuevo a mi primo Fermín! 
Éramos inseparables de niños. Crecimos juntos en el pueblo, y pasábamos horas y horas en la casa de la abuela Lola. Él era un año mayor que yo, pero parecía lo contrario...

Mi primo tenía un sillón viejo y destartalado en el pajar de la abuela, al que había acoplado toda una serie de artilugios y un ordenador último modelo con todas las aplicaciones existentes instaladas. Era su cuartel general y no dejaba que nadie entrara allí a enredar con sus cosas. De vez en cuando, a mí me dejaba entrar y me contaba sus maravillosas ideas. Yo, lo miraba con los ojos fijos, como hipnotizado y mi mente volaba imaginando locuras.
Cierto día, mi madre me despertó temprano, para preguntarme si había visto a mi primo Fermín la tarde anterior.

- Sí madre, estuvimos jugando una partida de cartas después de comer en casa de la abuela y después yo me vine a estudiar.

- Pues no ha dormido en su casa esta noche. Tus tíos están muy preocupados y la abuela no para de llorar. Van a salir a buscarlo por los alrededores.

Algo me decía que aquel sillón del pajar tenía mucho que ver con aquella desaparición, pero no dije nada... Me vestí despacio, pensando con tranquilidad y fui a ver a mi abuela. La encontré llorando y me abrazó. Le di un beso y le sequé las lágrimas. Salí al patio y seguí bajando hasta el corral.

- ¡Fermín! ¿Estás ahí? ¡Fermín!

Nada. El gato respondió con un suave maullido y las gallinas siguieron cacareando despreocupadamente. Me acerqué a la puerta del pajar y pegué la oreja. Di dos golpecitos en la madera resquebrajada y volví a gritar:

- ¡Fermín si estás ahí sal ya o dime algo, que esto no tiene gracia, joder!

Forcé la vieja puerta y entré. Subí por la escalerilla de palo hasta la parte de arriba y no encontré ni rastro de mi primo, ni de su sillón, ni de ninguno de sus inventos. En su lugar, una nube de humo, marcas negruzcas en el suelo y un calor nada normal para esa época del año.

(Mariajosé)

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SEGUNDA PARTE.

Con el transcurso de los días, las cosas se iban poniendo cada vez más tensas en la familia, y también en el pueblo.
Yo, a pesar de haber encontrado en el pajar de la abuela Lola todos aquellos indicios, no podía decir nada. A ver... ¿qué iba a decir? ¿Que mi primo Fermín se había evaporado? ¿Que había hecho una máquina del tiempo y se había largado del pueblo?
No. Yo solo tenía trece años, pero ya sabía perfectamente como estaba la cosa, hasta el punto de que si decía algo así, me iban a tomar por loco, y no era plan.
Mientras seguíamos con la búsqueda, la guardia civil, la familia y todos los vecinos del pueblo y de pueblos vecinos, la gente se hacía sus propias películas. Escuché a alguien que insinuó que mi primo se había ido a Francia a buscar fortuna, que le habían visto en el cruce, con una mochila colgada haciendo autoestop. ¡Que tontos! Si Fermín no sabía francés.
En el comercio de la esquina no se hablaba de otra cosa. Un día dijeron que lo tenía secuestrado un forastero que había llegado al pueblo hacía un mes, y del que nadie sabía qué hacía, ni a qué se dedicaba. Dedujeron ellas solitas, mientras elegían el champú, y les pesaban el queso, que ese hombre era un traficante de órganos humanos, y que habría descuartizado a Fermín, para ir vendiendo, un día un riñón, otro día cuarto y mitad de intestino grueso, y así, hasta irse deshaciendo de él sin pena ni gloria.
Mi tío, en su desesperación, puso un cartel en la puerta del taller y echó el cierre indefinido. El hombre ya no sabía a quién recurrir y mi tía Matilde se metió en cama aquejada de ansiedad aguda. Desde aquel día, ya nada fue lo mismo en Tresencinas del Monte, mi pueblo, al que acudían reporteros de todas las televisiones del país.
Yo..., en mi inocente adolescencia, sólo podía ver, oír y callar, mientras rezaba por mi primo y lo echaba de menos cada día más. ¡Ay Fermín, la que has liao!


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TERCERA PARTE

Un año iba a cumplirse del desafortunado episodio en Tresencinas del Monte, de la desaparición de mi primo, Fermín Rodríguez Arroyos. A sus quince años recién cumplidos.

El día de su desaparición, vestía pantalón de chándal azul marino, con dos rayas blancas en cada pernera, zapatillas blancas marca Nike, y una sudadera con el escudo del Barça, su equipo de fútbol favorito.
Daba la casualidad que ese día nos habíamos estado haciendo fotos en el corral de la abuela Lola, y las tenía yo guardadas en mi teléfono móvil. Así que una de esas fotos fue la que empapeló paredes, muros y tapias en el pueblo y fuera de él. Los carteles se repartieron por toda la comarca, se compartieron en las redes sociales y aparecieron en todos los telediarios.

La vida no tuvo más remedio que continuar su curso sin Fermín, a pesar de que la tristeza se respiraba en cada rincón de Tresencinas.

Una noche, mientras dormía, escuché una voz que me llamaba:

- Venancio... ¡Despierta Venancio!

Me pareció la voz de Fermín llamándome, desde otra habitación contigua a la mía.
Me pesaban los párpados, pero así y todo como sonámbulo, me senté en el colchón con los pies en el suelo frío.

- Venancio, !que soy Fermín! Atiende pasmao. ¿Recuerdas el sillón que te enseñé en el pajar de la abuela? Pues lo he convertido en una máquina del tiempo. ¡Y funciona tío! No veas que pasada... Escúchame atentamente, y sobre todo, una cosa te digo, no se te ocurra irte de la lengua ni contarle nada a nadie. Esto es un secreto entre tú y yo.

Después de aquella audición exotérica, mi mente, aturdida, entró en parada y creo que volví a quedarme frito.
Al despertar por la mañana, no sabía si aquello que había oído era real o solo fue producto del sueño y de mis deseos de que realmente fuera así. Tan sólo me percaté que no fue sueño, ni pesadilla, al ver que la situación se repitió la noche siguiente...


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CUARTA PARTE

Aquello que parecía algo irreal, una mezcla entre sueño y pesadilla (sueñadilla le llamo yo), se convirtió en algo habitual. 
Fermín venía astralmente a visitarme cada vez que quería contarme algún suceso importante. Llegaba a mitad de la madrugada, como un susurro en mi oreja, un vientecillo templado que me despertaba. 

- ¡Venancioo!

Y yo ya, sabedor del acontecimiento, me sentaba en la orilla del colchón, encendía la lamparita de mi mesilla y me restregaba los ojos.

- ¿Qué pasó Fermín, qué hay de nuevo?

- Primo, ¿cómo va la cosa por Tresencinas? Os echo de menos, ¿sabes? Sobre todo el cocido de mi madre y el arroz con pollo de la abuela Lola.
Pero lo que estoy viendo y viviendo no tiene precio. Viajar en el tiempo y el espacio es una sensación increíble. Estoy haciendo progresos día por día.
El primer día que descubrí que podía conectar contigo a través del pensamiento, no fui capaz de aguantar la honda nada más que diez segundos. Era demasiada concentración, y ese día no había comido nada más que un bocata de calamares al mediodía.
Ten en cuenta que no tengo trabajo. Bueno, aprovecho y echó unas horitas donde me cae para ir tirando, lo justo para subsistir y cuando me canso, arranco para otro sitio y durante el trayecto, echo un sueñecito en mi sillón maravilloso.
Todavía no controlo bien primo, este programa solo va para adelante, no puedo volver hasta que no encuentre el modo de retroceso. Mientras tanto, seguiré avanzando.
Hoy he despertado en La India. Digo yo que será La India, por la indumentaria de mi amigo Hari.
¡La de amigos que estoy haciendo por el camino! Vamos, ¡que ni con el Facebook!
Dile a mi madre que la quiero mucho. Bueno..., mejor no le digas nada. Pero dale un beso cuando la veas ¿vale?
Esto se corta Venancio, me quedo sin batería.

Yo creo que él a mí no me oye...

- ¡Buen viaje primo! Aquí te espero.


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CONTINUARA!?...

martes, 20 de noviembre de 2018

QUIEN NO TE CONOZCA QUE TE COMPRE...



¿Te dije que te ibas a quedar más sola que la una? Sí, que te lo dije.
Y también te dije que cuando pasara eso, nadie estaría ahí para ti, ¿no? Bueno, por si se te olvidaba, ya estoy yo para recordártelo.
Lo mejor de todo es que me das lástima. De sobra sabías que con ese comportamiento tuyo no habría quien te aguantase.
Te soportó tu marido, que era un santo varón, a tu verá siempre, haciendo tu gusto y tu soberana voluntad. Ese sí que se merece una peana en un rinconcito de la iglesia, con un jarróncito de flores frescas y un cuadrito de madera, de esos con velas, de los que le echas la moneda y se enciende.
No osaba el pobre Mauricio llevarte nunca la contraria, al menos delante de la gente, claro está. Para mí, que temía represalias después, a solas contigo en casa. Así que se callaba, prudente, y te dejaba soltar barbaridades por esa bocaza tuya, mientras ponía cara de circunstancias.
¡Tan salao! Que mala suerte tuvo de dar contigo...
Ya se lo advirtió su anciana madre cuando se iba a casar (antes eran ancianas las madres a tan corta edad...)
- No te cases con ella Mauricio hijo mío. Que si de novia no te respeta, después va a ser peor. Porque tomará fuerzas, y con los nervios que tiene, no habrá quien la sujete.
- Que no madre... ¡Si ella me quiere!
Y tú lo sabías. Sabías que no eras bien recibida en su casa.
Has sido siempre una lianta. ¡Menuda trayectoria de vida!
Una pena, porque luego no eres nadie. Te subes a la parra como una gata rabiosa y al rato ya estás revolcándote en el lodo.
¿Qué hacemos contigo Remigia?
Quien no te conozca que te compre, que yo no te quiero ni regalada.
(María José E. M.)

¿A DÓNDE VAS PEREGRINO?...



Esta foto y una pregunta que me han hecho, me ha recordado algo que nos pasó hace poco más de dos semanas a mis amigas y a mí.
Salimos a los ensayos de baile, para una coreografía que estamos preparando para una marcha solidaria y demás. 
La tarde no podía estar más fría, lluviosa y desagradable. 
Pasando por una de las calles en el coche, adelantamos a un ciclista con unas pintas muy raras; una me
zcla entre peregrino y vagabundo. Comentamos si sería alguien de algún pueblo cercano, o algún malincuente fugado, con nuestro cachondeito de costumbre reímos un rato.
Llegamos al bar cercano al gimnasio y nos pedimos un café y unos chupitos, para celebrar el día de mi amiga Tere y nos salimos a la puerta mientras terminábamos, para contemplar la lluvia y echar un poco de humo. Al momento apareció otra vez con su bici aquel hombre.
Llevaba un chubasquero amarillo fosforito, un maillot negro, un casco, y traía los calcetines y las zapatillas completamente empapados y embarrados. Se quitó el casco y nos saludó.

- Hola. El albergue está cerrado.

Y ahí, tras el saludo, empezó nuestro interrogatorio.

- Mala tarde para andar de ciclista amigo.

(Tengo unas amigas muy enrollás, lo reconozco.)

-¿Y de dónde vienes?

Su acento no era español ni de lejos.

- De Mérida.

- Uff... Muy lejos para venir en bici hasta aquí.

(Mérida está a poco más de una hora de mi pueblo)

- Pero tú no eres español, ¿verdad amigo?

El pobre hombre hablaba mientras se quitaba las zapatillas y los calcetines. Abrió una de las mochilas y sacó un par de chanclas de las de meter los dedos y se las puso.

- Solución - dijo sonriendo. - Yo soy inglés.

- Ahhh, vale, inglés. ¿Y de qué parte de Inglaterra?

- De Londres.

- Mi hermana vive allí.

- Vengo desde allí en bici.

- Cruzaste el túnel.

- Sí. Francia y España. Camino de Santiago y después a Mérida.

- Eres un peregrino entonces.

Aunque hablaba bastante bien español, le costaba entendernos. Es normal, en mi pueblo hablamos un dialecto del español que además de comernos letras y tener frases hechas poco usuales, hablamos bastante rapidito.

- Voy a Córdoba..., busco sol. Pero no puedo seguir así (señalaba el cielo), necesito descansar y mañana seguir.

- El albergue no está abierto nada más que en verano o vacaciones, pero hay una casa rural y el dueño es el de este bar. Entra y le preguntas si tiene alguna habitación.
Antes de que entrara al bar, una de mis amigas, le dio su chupito diciéndole - Bebe un poco que entres en calor.

- ¿Qué es?

- Alcohol, pa que te calientes.

No quería, pero lo probó. Mi amiga le dijo que se lo quedara todo, pero no quiso más.
Al entrar en el bar lo miraron como un bicho raro. Y el dueño le dijo que no había habitaciones.
Era joven, unos treinta, quizá unos cuantos más. Tenía barbas y una media melena rizada, con alguna cana muy salteada y una cara simpática, con una gotita de agua colgando de vez en cuando de su nariz, por estar totalmente empapado tras kilómetros de bici bajo la lluvia.
Se llama George y estuvimos intentando buscarle alojamiento, pero no lo conseguimos. Nadie quiso. ¿Miedo, desconfianza? Quizá una mezcla.
Mi amiga pensaba como yo, que no le hubiera importado, en parte, que se quedara en casa.

Pero... a veces, aunque te dejes llevar por el 'haz el bien y no mires a quien', después en frío, te asalta lo de 'no hay mal que por bien no venga' ...¿O era al revés?


(María José)

SIN ADJETIVOS...



¿Cómo te lo explicaría yo? 

Cuesta contarlo...
No había nada, 

aunque a veces, 
todo giraba en torno a él.
Le daba luz a mis momentos de bajón, 

sin embargo, 
tenía la habilidad de echar abajo los de subida, 
así, por capricho. 
Me hacía dudar 

hasta de mis propios sentimientos 
y me sumía en una espiral de desencanto.
Yo nada le exigí, 

no lo necesitaba, 
tan solo me gustaba contar con él, 
saber que existía 
y que formaba parte de mi mundo.
Sin saber cómo ni porque, 

aquel oasis de mi desierto se fue secando. 
El sol que tanto lo calentaba, 
fue evaporando su agua sorbo a sorbo, 
hasta que solo quedó la arena, 
movida de un lado a otro por el viento.
De vez en cuando, 

ese mismo viento, 
vuelve y me susurra al oído 
una de sus canciones de siempre 
y mi cuerpo tiembla 
como una hoja en el árbol.
De todas formas, 

el bucle se ha roto, 
y yo no tengo prisa, 
porque no voy a ningún sitio.

(María José)