jueves, 22 de febrero de 2018

HABITACIÓN 496...



Aquél verano fue el mejor de toda mi vida... 
¡Ah, los ochenta! 1984 para mayor exactitud. 
Salimos del pueblo de madrugada en el seiscientos de papá: mamá, la abuela, mis dos hermanillos y yo, bueno, y Misi y Kuki, que no se podían quedar con la vecina del quinto, porque también se iba de vacaciones. 
Llegando a Córdoba nos adelantó un seat 124, que quemaba rueda con la baca repleta de maletas y cachibaches playeros y papá se puso de los nervios. Menos mal que mi madre, por aquellos entonces todavía sabía como calmarle y hacerle entrar en razones con cariñitos. Años después sería otro cantar... 
La abuela decía que esas calores no eran para ella y que si llega ella a saber que estaba Málaga tan lejos, ¡nanai de la china!, que para la próxima se quedaba en casa con Kuki y Misi. 
Y es que era la primera vez que veríamos el mar y estábamos todos eufóricos de la emoción.
Llegamos al hotel a media tarde, con el sofocante sol del mes de agosto y sin más aire que el que nos había entrado por las ventanillas del cochecino, abarrotado como iba.
Entramos en recepción y respiramos aliviados; nos sentamos al lado del ventilador a tomar aliento mientras mi padre hablaba con la chica del mostrador. 


- Habitación 496, en la cuarta planta. Lo siento familia, el ascensor está averiado, pero no se preocupen, hemos llamado al servicio técnico y nos han dicho que para mañana estará arreglado.


- ¡Ea Matilde, vamos para arriba con la cuadrilla que si llego con hora verás que siesta me espera!


¡Que tiempos aquellos..., nada se nos ponía por delante para disfrutar de las vacaciones a todo tren!


Mariajosé E. M.

Imagen de la red.

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