jueves, 22 de febrero de 2018

EL OVNI...





Cuando el abogado de mi abuelo abrió el testamento aquel día, ninguno de los presentes imaginaba ni por asomo en que consistiría el maravilloso botín que nos aguardaba. 
Mi abuelo fue pirata de profesión. No lo sabía casi nadie que no fuera de la familia, porque él se jubiló joven. 
Un día que se sentó con los pies a remojo en una de las barquitas que usaban para pescar en días de poco movimiento, debió pasar un tiburón con mala baba y mucha hambre por allí, le dio el olorcillo a roquefort y se le zampó el pie derecho con tibia y peroné incluidos en el lote. El contramaestre, que era un hombre muy mañoso, y había hecho cursos de primeros auxilios en su juventud, le hizo un apaño para cortarle la hemorragia (sin más anestesia que una botella de ron), y uno de los cocineros del barco, que había sido carpintero, le hizo una de esas patas de palo con uno de los leños que servían de combustible para "El Galeón Insaciable". Pero todo fue en vano, pretendió darse de baja por unos meses y vivir con mi abuela en el pueblo, en plan tranqui, haciendo reposo, pero la cosa se le fue de las manos y tuvo que jubilarse del todo, no sin antes deshacerse de cualquier vínculo con el mundo marino. Lo bueno fue que el hombre no era vicioso, ni jugador, y supo invertir muy bien en bolsa, todas las ganancias de los años gloriosos en alta mar y se forjó un imperio de cadenas comerciales y franquicias de ropa y bolsos de lujo. Mi abuela y él tuvieron siete hijos, contando a mi madre, los otros seis eran varones. La verdad es que cuando mi abuela murió, unos años antes que él, la familia ya nunca volvió a ser lo que fue en vida de ella. Mi abuela era como el pegamento que unía los pedazos rotos, cuando había alguna desavenencia familiar. Ella era buena diplomática, mediaba, parlamentaba con las partes y siempre llegaban a un acuerdo. Mi abuelo no. Al contrario, él casi que incitaba a que se produjeran malos rollos entre hermanos. Hasta el punto que los desheredó a todos, haciéndoles creer que el imperio seguía intacto (nada más lejos de la realidad) y a mi madre y a mí nos dejó un mapa de un tesoro en una isla de Groenlandia.Nos gastamos todos los ahorros en el viaje a Groenlandia y en ropa apropiada para el dichoso viajecito, más el alquiler de una furgoneta vieja, para llevar el material de acampada y unas herramientas. ¡Menuda aventura!
Tres semanas estuvimos buscando la pista que nos llevaría al misterioso tesoro, según el dichoso mapa del abuelo. Y cuando ya nos íbamos a dar por vencidos, en la última palada de nieve topamos con lo que fuera...

Alentados por el hallazgo, entusiasmados, aunque exhaustos, continuamos la tarea. Lo que fuera, era enorme. 
De pronto aquello empezó a calentarse, se encendió una potente luz que nos deslumbró y echamos a correr. La nave ascendió y nos abdujo a mi mamá y a mí. Hoy escribo mis memorias desde el planeta Frikus, con la esperanza de que algún día, si vuelvo a la Tierra, sean publicadas.Mariajosé E. M.

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