miércoles, 21 de diciembre de 2016

TORMENTAS EN EL ALMA...



Antes de nada me descalcé y caminé de puntillas, despacito, sigilosa. 
Me había invitado a entrar, a aposentarme en su interior con cautela, a escucharle en silencio.

Se respiraba humedad en cada resquicio, agua salada había impregnado sus grutas en innumerables ocasiones. 

Tenía cascabeles instalados en todas las esquinas, situados estrategicamente, camuflados entre paisajes de nostalgia que conducían a recodos de sombras y oscuridad, pero que alegraban la vida a cualquiera que los oyera tintinear.

Nada más llegar a aquél lugar sagrado quise mantenerlo como estaba, no cambiar nada de lugar, no cambiar ninguna decoración, por pequeña que fuera.

Tan solo pretendía descubrirlo, conocerlo, disfrutarlo tal y como era, sin otro afán.

Caminar descalza por aquellos senderos me producía tal serenidad en días de calma, que me parecía increíble la facilidad con la que se producían seísmos en su interior, a la mínima crecida o menguada de la luna. 

A veces no reconocía el lugar, se tornaba abrupto y pedregoso el camino y los cardos espinosos pinchaban mis pies. 
Entonces me sentaba al borde del camino, necesitaba pararme, salir, observar desde fuera y dejar que pasara la tormenta, con la esperanza que la próxima, tardara algo más en llegar.

Airam E. M.


(Imagen de la red)

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