Miré el calendario que colgaba de la puerta de la cocina, y me di cuenta
que solo faltaban tres días para que todo cambiara por fin.
Yo me había puesto gorda como una nutria, fea, pesada y torpona, cada día
más. Los pechos no me cabían dentro de ninguna camisa de las de mi armario, la
ropa de estos últimos meses estaba hecha una piltrafa y me sentía la mujer
menos sexy del mundo. Frente al espejo, desnuda, ni siquiera me reconocía.
¿Volvería algún día a ser de nuevo yo?
Manolo se había empeñado en que saliéramos con Rosy y Tomás esa noche y yo
ya había agotado todas las escusas lógicas posibles para convencerlo de que no
quería ir a ningún sitio. Llevábamos meses sin salir con amigos, nos quedábamos
en casa viendo pelis y poniéndonos finos de pizza cuatro quesos, ¡es lo que
tienen los antojos! Y lo mejor de todo; coma o no coma, me pondré como una
foca, así que cada fin de semana era como un deja vu del anterior.
Total, que entre los tres, habían decidido que iríamos a una fiesta de
disfraces, con bufé libre y karaoke, y se habían encargado de comprar los
trajes para todos. Mis pies estaban hinchados como botes, como para andar
danzando toda la noche hecha un mamarracho, y tan solo con pensarlo me daban
arcadas. Me compraron un disfraz de ballena, muy acorde a mi situación e
hicieron chistecitos a mi costa, ¡hijos de la gran puta...!
Rosy iría de Lady
Gaga, toda glamourosa, o eso pensaba la petarda de ella y Tomás de torero,
marcando paquetón de grana y oro.
Manolo se vistió de guardia civil, decía que
a la vuelta me haría la prueba del alcohol, ¡no se lo creía ni borracho!
¡¿Quién me mandaría a mi a quedarme preñada?! Esto no ha hecho nada más que
empezar y ya está tomando tintes muy dramáticos...
¡Malditos calentones, maldito
sexo desenfrenado y malditos condones de los chinos!
Mariajosé E. M.
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