Esa mañana nada más
despertar, noté un besó en la mejilla, no fue sonoro no, fue suavecito, pero al abrir los ojos… allí no había nadie.
MmmmmMMmm ¡Qué raro todo!
No hace muchos días encontré un ramo de rosas en la entradita del piso. Otra tarde eran azahares, que perfumaban toda la cocina y a la siguiente, claveles rojos en el salón, en un jarrón enorme plateado, que no me era conocido.
Si me tumbaba en el sofá después de comer, mis zapatillas se deslizaban solas de los pies y sentía un cosquilleante masaje que me hacía relajarme tanto, que terminaba por dormirme plácidamente.
Empezaba a sentirme extraña, porque claro, yo vivía sola, y nadie tenía llave de mi casa. A decir verdad sentía un poquito de recelo, no podía decir que era miedo, porque en el fondo, a mi todo aquello me hacía feliz, así… sin más.
Aquél día, desde la cama, me llegó el olor a churros recién hechos y colacao calentito. Me levanté impulsada por la curiosidad y allí estaban, sobre la mesa de la sala, todo bien colocado en una bandeja, con una nota al lado. Un pos-it amarillo con un “te quiero” escrito en francés y un beso que lo acompañaba. ¡Qué pasada!
Había días que se pasaban sin pena ni gloria, pero claro, yo ya no podía dejar de pensar en ello, me estaba acostumbrando demasiado a todo ese enigmático sentir.De repente, al día siguiente, en el espejo del baño, había pegado una nota con un acertijo: - ¿Sabes qué tiene la luna que yo no tengo?” Otras veces eran pensamientos escritos en hojas sueltas lo que me encontraba, entre los cubiertos del cajón, ... o poemas bajo las sábanas al hacer la cama…
Por supuesto, yo empecé a responder a sus provocaciones, así lo merecía tal situación. Le recitaba poemas en voz alta…, o le cantaba las noches de luna llena, cual sirena en alta mar. Otras veces bailaba desnuda, mientras iba poniéndome, uno a uno, pañuelos de seda que tapaban mi cuerpo. Lo pasábamos bien. Cada día era una nueva aventura por vivir, nunca nos aburríamos ni nos cansábamos de jugar. Sin estar acompañada, nunca estaba sola y era feliz. Quienes me conocen, no se explican ese brillo especial que tengo en la mirada y que mi sonrisa no se borra de mis labios ni de noche ni de día desde hace un tiempo. Pero claro, no puedo explicarles nada de esto, entre otras cosas porque ¡¿qué iban a pensar de mí!?
No hace muchos días encontré un ramo de rosas en la entradita del piso. Otra tarde eran azahares, que perfumaban toda la cocina y a la siguiente, claveles rojos en el salón, en un jarrón enorme plateado, que no me era conocido.
Si me tumbaba en el sofá después de comer, mis zapatillas se deslizaban solas de los pies y sentía un cosquilleante masaje que me hacía relajarme tanto, que terminaba por dormirme plácidamente.
Empezaba a sentirme extraña, porque claro, yo vivía sola, y nadie tenía llave de mi casa. A decir verdad sentía un poquito de recelo, no podía decir que era miedo, porque en el fondo, a mi todo aquello me hacía feliz, así… sin más.
Aquél día, desde la cama, me llegó el olor a churros recién hechos y colacao calentito. Me levanté impulsada por la curiosidad y allí estaban, sobre la mesa de la sala, todo bien colocado en una bandeja, con una nota al lado. Un pos-it amarillo con un “te quiero” escrito en francés y un beso que lo acompañaba. ¡Qué pasada!
Había días que se pasaban sin pena ni gloria, pero claro, yo ya no podía dejar de pensar en ello, me estaba acostumbrando demasiado a todo ese enigmático sentir.De repente, al día siguiente, en el espejo del baño, había pegado una nota con un acertijo: - ¿Sabes qué tiene la luna que yo no tengo?” Otras veces eran pensamientos escritos en hojas sueltas lo que me encontraba, entre los cubiertos del cajón, ... o poemas bajo las sábanas al hacer la cama…
Por supuesto, yo empecé a responder a sus provocaciones, así lo merecía tal situación. Le recitaba poemas en voz alta…, o le cantaba las noches de luna llena, cual sirena en alta mar. Otras veces bailaba desnuda, mientras iba poniéndome, uno a uno, pañuelos de seda que tapaban mi cuerpo. Lo pasábamos bien. Cada día era una nueva aventura por vivir, nunca nos aburríamos ni nos cansábamos de jugar. Sin estar acompañada, nunca estaba sola y era feliz. Quienes me conocen, no se explican ese brillo especial que tengo en la mirada y que mi sonrisa no se borra de mis labios ni de noche ni de día desde hace un tiempo. Pero claro, no puedo explicarles nada de esto, entre otras cosas porque ¡¿qué iban a pensar de mí!?
Airam E. M.
(Imagen de la red)