martes, 25 de octubre de 2016
INDIFERENCIA...
Estuve escuchándole hablar toda la tarde.
Oía sus palabras vacías y planas, llenas de simpleza y apatía.
La indiferencia me consumía y hacía rebosar la línea de mi paciencia por minutos.
Mirarle me provocaba querer echar a correr y no parar hasta perderle de vista, hasta que solo fuese un punto indefinido en la lejanía, sin rostro ni voz.
Pero me revestí de orgullo y fortaleza y me senté frente a frente con él.
Clavé mis ojos en su boca, que se movía compulsivamente, enseñando los dientes y por momentos, le veía arrugando el entrecejo, e incluso hinchando las fosas nasales. Tenía los puños apretados y sudaba, e incluso alguna lágrima rabiosa intentaba asomar de cuando en cuando a sus ojos, pero de un refregón la limpiaba sin piedad, intentando que no se notase.
Yo no quería hablar, no... No podía. Si lo hacía me estaría traicionando a mi misma, y eso ya lo había hecho muchas veces, tantas que una más no hubiese importado, a él no, a mi sí. Así que decidí callar, oyese lo que oyese y en cualquier tono de voz.
Silencio, ese era mi lema a toda costa, bajo cualquier concepto.
Aquél fue uno de los monólogos más largos que le había escuchado en toda la vida. Fue una confesión de dudas y sentimientos, una mezcla entre dulce amargura y calor frío, o lo que es lo mismo, era algo que a mi, ni fú... ni fá.
Airam E. M.
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